Veamos: Llorar, lo que se dice llorar (expeler lágrima por los conductos lacrimales), lo hacemos todo el rato, ya estemos tristes, contentos o mediopensionistas. Las glándulas lagrimales son las encargadas de producir la lágrima que baña la superficie del ojo. Hay una grande, llamada glándula lagrimal principal (no todos los términos médicos son complejos y rebuscados ), situada aproximadamente a nivel de la cola de la ceja, debajo del reborde del hueso. Produce una buena parte del componente acuoso. Existen muchas más glándulas de menor tamaño, que van produciendo otros componentes minoritarios de la lágrima (aunque ésta se compone mayoritariamente por agua, también tiene pequeñas cantidades de proteínas, grasas, iones, etc). Hay una serie de nervios distribuidos en torno al ojo que detectan el nivel de sequedad de la córnea, y activan el lagrimeo. Normalmente, el lagrimeo está bien configurado para que lo que perdemos por evaporación sea lo mismo que estamos generando. O sea, que tenemos el ojo húmedo pero no nos caen las lágrimas.

De hecho, hay gente a la que le dicen que no les convienen las lentillas porque “tienen poca lágrima”. Eso significa que su ojo está más seco de lo recomendable, de forma habitual, para encima ponerles un cacho de material encima. Al estar de continuo el ojo más seco, se produciría más irritación.
Ahora, nos acercamos a la consulta, que está más dirigida, supongo, no al lagrimeo sino a lo que conocemos como “llorar como una magdalena”. Este equilibrio se puede romper cuando algo estimula a este sistema nervioso autónomo de forma que ordena a las glándulas producir más lágrima de la necesaria. ¿Qué estimulos pueden ser?. Pues principalmente dos, que todos conocemos:
- Información del propio ojo. Si una pequeña “irritación” que nos pasa desapercibida es suficiente para mantener el ritmo normal de lágrima, una gran irritación que llega a nuestro consciente y nos molesta, estimula intensamente a las glándulas. Un ejemplo típico es cuando se nos mete una mota dentro del ojo: el ojo empieza a llorar en seguida.
- Información emocional. El sistema nervioso autónomo está enormemente relacionado con los circuitos del cerebro que rigen las emociones. Todos sabemos que los cambios afectivos producen respuestas involuntarias del cuerpo. Cuando un susto nos acelera el corazón o nos deja pálidos, o la timidez nos ruboriza, o el nerviosismo nos deja la boca seca, son todo respuestas del sistema nervioso autónomo. El ojo funciona igual: una “sobrecarga emocional” estimula la producción de lágrima.
Resumiendo, que podemos dividir la síntesis de lágrima en:
- Lagrimeo basal: el que está en equilibrio. El sistema nervioso sólo recibe los estímulos normales del ojo que permiten producir la lagrima necesaria, y nada más.
- Lagrimeo estimulado: un estímulo externo al sistema normal (una irritación ocular o una emoción fuerte) aumenta la producción hasta el punto de hacernos llorar.
Este lagrimeo estimulado tiene alguna característica especial: no sólo aumenta la síntesis de lágrima, sino que ordena a la glándula lagrimal principal que se “exprima” para soltar rápidamente la lágrima que tiene acumulada. Por eso podemos comenzar a llorar tan rápido, lo primero que ocurre es que se libera la lágrima que estaba almacenada. Una vez se agota el almacén de la glándula principal, aunque la producción está aumentada, no hay tanta saturación de lágrima. Es lo que popularmente se conoce como “quedarse sin lágrimas” cuando después de unos minutos de llorar intensamente, el ojo deja de lagrimear tanto. Por otra parte, la composición de la lágrima al llorar es diferente de la lágrima basal, ya que aquella tiene más proporción de agua (que es lo que principalmente aporta la glándula principal).
¿Qué utilidad puede tener este lagrimeo estimulado?. En el caso de que se nos haya metido algo en el ojo, la lágrima está lavando y puede arrastrar la arenilla que nos está molestando. Si es una emoción fuerte la que nos hace llorar, la respuesta es más complicada. Utilidad fisiológica para el propio cuerpo, ninguna, salvo el hecho de que en cierta manera estamos descargando esa tensión emocional; aunque eso ya es terreno de la psicología. También puede resultar de utilidad (o por el contrario, producirnos inconvenientes) en el campo de las relaciones humanas. Cuando vemos a alguien que está triste y llora, tenemos mayor certeza de su tristeza. Es más fácil que empaticemos con esa persona; de hecho, es relativamente frecuente que las lágrimas “se contagien” al ver llorar a un familiar o amigo.
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